viernes, diciembre 10, 2010

Noveno

Te recuerdo azul, noventa y dos, Chosica
A las cinco a.m.  con manta, con río,
Te recuerdo Dinamarca, Costa Rica, India,
Con azafrán, con incienso, sin zapatos.

Te recuerdo también verde, noventa y tres,
Con seriedad, sin fingimiento
Te recuerdo aunque no quiera,
Con esa mujer, con ese hombre, con ese yo.

Te recuerdo como fe, con imprecación,
Con dolor de cuadro de pueblo libre,
Con exceso de continencia maleducada,
Con recreación en blanco y negro.

Ahora te recuerdo bien negro noventa y cuatro,
Con tu desenfrenado delirio abismal
de pájaros muertos,
con tu desencanto floral de coloides transgénicos.

Sin noventa y cinco, sin noventa y seis,
Sin recordar mas las tonadas de postración,
La comida en la mano, la soledad en un rincón,
Sin la promisoria risa de la pálida verdad.

Octavo

Incólume dentro del error, hasta la cúpula, hasta los nervios,
Como no ir,
Como no piedra
Como no extrañar?
Como no engaño?

Rio de papel, caudaloso, con su otro lado, con su grito
de agua
Como no fin,
Como no amar,
Como no rodilla?
Como no llorar?


Segundo


Bocanada gigantesca, blanca, triunfal
capilla escondida a campo abierto y mas allá,
verdor pacífico violento para su escatológica juventud
crepúsculo mental en el amanecer del parto uno.

Espiral cíclico infinito de afición al intercambio
grueso y malentendido en su intimidad profana,
cuadrapléjia asfáltica de la prohibición otoñal,
inútil escalada diagonal, cotidiana, fantasmal.

Cubículo decorado del imaginario colectivo tres,
desangre numerado decreciente exponencial,
articulación metamórfica en grado de consanguinidad
fluctuación, desequilibrio, concentración.

Acidez consagrada a mitad de curva
descenso vertiginoso con hambre de tolerar
pensamiento kamikaze en rendición de cuentas
desarrollo automático de la utópica teofobia.


Primero

Introspección, fricción, enajenación
obituario vital del amanecer incierto
descubierto, estrellado, acondicionado
destrucción rural del sentimiento bueno

Carnal, carnoso, Carnívoro
Matriarcado indomable, inhumano, servil,
informal descuento del latido brusco,
concierto rudo, mudo, sin descanso final

desde cuando? para cuando? …acaso ya?
Cáliz nocturno intomable, inconfrontante,
intolerable, retroviral, desafiante,
concreto poroso de rosado extremo lateral

por fin, al fin, … en fin…
aristas develadas a destiempo, banquete no consumido
plataforma neolítica y visceral en tres cuartos
del “porqué” nunca antes respondido

viernes, noviembre 26, 2010

Karlheinz STOCKHAUSEN: Klavierstuck IX, performed by Hayk Melikyan

LA SALITA



Recuerdo ese miércoles 9 de setiembre, tan claro como si fuera ayer, o mejor aun como si fuera hoy, y lo recuerdo tanto por lo estremecedor que fue y que seguramente nunca  olvidaré, esos acontecimientos que ocurrieron previa y posteriormente generaron en mi un análisis que mejor no lo hubiera hecho nunca.
Eran como las siete menos quince de la tarde, salíamos de la capilla, habíamos terminado las vísperas, oración tan querida por la mayoría de mis hermanos y que se hacía cotidianamente a las seis en el oratorio del convento y además que se hace en todos los conventos del mundo, recuerdo que al momento de realizar las preces, ese día, desfilaron como en una ordenada procesión cinco polillas, si, esos pequeños insectos que les gusta acercarse a la luz para morir en ella, y de hecho se dirigían al pequeño reflector izquierdo que iluminaba de manera diagonal el sagrario que estaba incrustado en la pared frontal de la capilla, era hermoso ver ese sagrario, los dos reflectores que lo iluminaban y generaba en  él un reflejo dorado muy intenso que despertaba un misterioso recogimiento a cualquiera de los frailes que  rezara ahí, esa tarde unas horas antes, fray Orlando me cometo de un libro antiguo que leyó sobre la mariposa negra, y su simbología relacionada con la muerte, esa tarde, él pidió por la salud mental de todos los monjes que vivíamos en el claustro, de hecho nos pareció un poco extraña su petición y nos cruzamos algunas miradas entre nosotros como diciendo ¿y este?

Como era de costumbre al terminar las Vísperas apagábamos las luces de la capilla y nos quedábamos sentados meditando en silencio,  bajo el resplandor del  sagrario dorado y sus dos reflectores que le daban a la capilla ese ambiente de gruta muy hermoso. Yo me sentaba el la última  banca del lado derecho y podía ver el espectáculo de contemplar a todos los monjes con sus hábitos orando. Ese día mi concentración se perdía y se disipaba por ese grupo de “maripositas de la luz” que daban vueltas alrededor de la capilla como si fuera un circuito cerrado, ordenadas, una tras otra, no se si nadie se había percatado o por lo menos no le daban ninguna importancia, la verdad es que la mayoría de nosotros llegábamos tan cansados a las Vísperas que mas de uno se dormía en la meditación, ese día yo estaba un poco inquieto, sin saber lo que vendría.

Después de casi tres cuartos de hora salíamos de la capilla directos al comedor, lugar de encuentro de todos los monjes, lugar para no solo comer sino conversar, reír, compartir, y de hecho cenar, muchas veces teníamos ayunos que se rompían con la cena, así que llegábamos como leones fieros a devorar la presa, nos colocábamos de pie delante de nuestra silla esperando que el padre abad hiciera la oración de los alimentos, AMÉN, respondíamos todos tan fuerte que rompía el silencio de todo el día, retumbaban las paredes del claustro, creo que hasta lo escuchaban en la calle; como era miércoles recuerdo que cenamos un caldo de verduras y arroz con lentejas, y de postre una banana. La cena duraba aproximadamente una hora, que dicho sea de paso, transcurría muy rápido,

Luego de cenar, prácticamente acababa el día, teníamos tres cuartos de hora para recrearnos, hacer tareas los que estudiábamos, o ver las noticias, en fin, recuerdo que ese día yo preferí entrar en la capilla  a orar, probablemente era la intuición de lo que viviría; es muy común en los conventos que a una hora determinada un fraile pasa con una campanita por todo el claustro sonándola como inicio del silencio, que no se romperá hasta la mañana siguiente después del desayuno.

Entré en mi celda, me lave los dientes, me puse el pijama, como siempre, tome mi libro que leía en las noches a luz de lámpara, eran como las diez y quince, normalmente leía en la noche como unos veinte o treinta minutos hasta que me quedaba dormido. El convento tiene dos edificios grandes uno antiguo hecho de madera, que le llamábamos “el noviciado” porque ahí era donde tenían sus celdas o habitaciones los novicios y algunos otros frailes, también estaba la biblioteca antigua que guardaba libros antiquísimos y donde también estaba la habitación del padre abad; y el otro edificio de concreto, construcción moderna en forma de seminario, donde estaban las demás habitaciones, el comedor, la capilla, la cocina, etc., mi habitación estaba en el edificio de madera muy cerca del campanario y con una ventana hacia la calle; los hermanos mayores (ya sacerdotes muchos de ellos) como Teodoro y Giorgio, contaban unas historias realmente escalofriantes que sucedían en ese antiguo edificio, me quedé muy impresionado sobre todo con las perturbaciones que sufría nuestro sacristán Juanito, un hombre sencillo y bueno y un poco ingenuo, que trabajaba haciendo la limpieza del templo mayor, varias veces pude ver en su rostro el pánico, sobre todo cuando me contaba la historias de la mujer de velo negro con un bebe en brazos que se aparecía en el campanario, que bajaba y entraba en la única habitación vacía del noviciado que estaba justo en un balcón frente a la habitación que usaba Juanito; el siempre terminaba su historia diciendo que desde su cama acostado podía verla través del orificio de la cerradura, sentada en su cama dándole de lactar a su bebe y levantando el rostro para verlo a él.

Cuando vi mi reloj eran ya las doce y diez de la noche y yo seguía leyendo, sin sueño aun, apagué la lámpara y trate de dormir, pasaron como unos quince minutos de silencio y quietud, propia de un convento. Cuando escuche un murmullo de voces, sentí un escalofrío, era como el coro de los frailes cuando rezaban en la capilla, pero lo extraño era que a esa hora no había oración y si la hubiera habido me habrían avisado o se habría programado durante el día, así que me levante y me dirigí hacia la capilla, caminaba inquieto y tembloroso y no podía dejar de pensar en lo que encontraría, llegué y cuan grande mi sorpresa al ver que la capilla estaba llena, de un lado los frailes y del otro lado las monjas (que tenían su casa cerca de la nuestra, ellas eran la rama femenina de la orden), todos rezaban en latín y con mucho fervor, como suplicando, con temor, con misterio; pero mayor aun fue mi sorpresa al ver que no estaba el sagrario dorado de siempre sino mas bien en el extremo lateral izquierdo descansando sobre un pedestal de madera había una urna marrón, barnizada, nueva, desconocida; una de las religiosas se levanto hacia ese nuevo sagrario, abrió su puertecilla y saco un pequeño copón dorado lleno de ostias y lo puso en el altar central que tenía la capilla, en eso todos se arrodillaron, yo congelado del asombro también me arrodillé, oramus te Dominus nostrum, se escuchaba a coro, yo no entendía nada, miraba hacia todas partes para que alguien me explique, todos con la capucha puestas leyendo un librito que yo no tenia, que desconocía, que también quería, el ambiente era de sacro temor, algo pasaba y yo en pijama, ahí sin saber nada, nadie voltio a mirarme, ¿Qué pasa Señor? Era lo único que pensaba.

En eso abrió la puerta de la capilla, el padre Juan, el abad, con su imponente hábito blanco humo, agitado, al tanto de todo, su rostro comunicaba que estaba coordinando algo muy importante, ¡Carlos! Me llamo con voz potente pero baja, llena de autoridad y mansa a la vez, ¡ven conmigo!, Salí de inmediato y me encontré con otro grupo de frailes que acompañaban al padre, sin tiempo de preguntar nada me empujaban en dirección a la cocina que daba al comedor y a la entrada del noviciado, era una especie de portal que dividía los dos edificios, por un lado el comedor y por el otro una salita; mientras caminábamos un hermano me puso la capa del hábito, otro me ponía una guitarra en la mano y me decía en voz baja ¡Sol y Re, Sol y Re! Cuando llegué a la puerta de la cocina vi que también estaba el hermano Richard en las mismas condiciones que yo, en pijama, con la capa del hábito, con una guitarra en las manos y sus dedos variaban las notas sol y re, sol y re; pero sobre todo con el mismo rostro de desconcierto,  asombro y angustia que yo.

La salita que colindaba con el comedor era de tipo colonial barroco, en ella se recibía a los familiares de los frailes que esporádicamente venían de visita, tenia por un lado que daba a la pared dos sillones rojos esquinados y por el otro lado la salita en si con una mesita de centro y siete sillas del mismo estilo de los sillones que descansaban sobre un tapete persa muy hermoso y contra la pared una antigua radiola con su tocadiscos que ya nadie usaba. Cuando me asome por el portal en ese momento tan critico, mi sangre se helo por completo, vi que había una cortina que  dividía en dos a la salita justo por la mitad, al otro lado de la cortina se traslucía la figura terrorífica de una mujer, como desnuda, grande, de frondosa cabellera suelta, danzando contorsionadamente, con los brazos hacia arriba, en medio de otras figuras mas que parecían estar detrás de ella, como en una orgia oscura, tenebrosa, diabólica; la piel se me erizo completamente, sentí un frío congelante recorrer todo mi cuerpo y estacionarse en mis manos, me dolían de lo frías que se pusieron, Richard y yo nos vimos los rostros pálidos casi amarillos, con los labios blancos, sabíamos que teníamos que entrar, encarar, que de alguna misteriosa manera habíamos sido designados para pasar y ponernos detrás de los sillones rojos esquinados, uno para cada uno, utilizarlos como trincheras, hacerle frente a esa oscura figura femenina que había conmocionado a todo el convento y que tenia a los frailes y a las monjas orando y llorando en la capilla; cerramos los ojos y nos encomendamos al bien a la fuerza del amor que nos había llevado a encerrar nuestras vidas en un monasterio, éramos mitad monjes mitad soldados y había llegado el momento de demostrarlo, cada uno con su guitarra como si fuera un rifle, detrás de esos sillones, yo no podía abrir los ojos, no podía relajar los dedos helados de mis manos; el aire era ralo, denso, frío, la luz era rojiza, anieblada, penumbrosa, el tiempo era lento muy lento,  habíamos entrado.

Trate de concentrarme, de recordar  las sacras notas del Requiem  de Mozart que había escuchado durante el día, me asome por el espaldar del sillón y si, estaba allí, danzando su tenebroso baile, no lo imaginaba, me asome por el otro extremo del respaldar y vi al padre abad, arrodillado, casi en el portal de la salita con sus manos juntas a la altura del pecho, sus dedos entrecruzados, sus ojos cerrados y su cabeza inclinada, ¡Sol y Re! ¡Sol y Re! escuchaba, miré a Richard y el me aguardaba con su mirada, nos arrodillamos con los rostro en dirección a los espaldares y comenzamos a tocar las guitarras, la toque como nunca antes, tres rasgueos para cada nota comenzando por Sol,  no se escuchaba nada, tocaba mas fuerte y no se escuchaban las guitarras, ­¿qué es esto? Richard y yo nos miramos nuevamente, no dejamos de tocar las guitarras aunque no se escuchara nada, el hielo del miedo se iba alejando por el calor del esfuerzo, seguíamos tocando. A la tercera secuencia de notas retumbo todo el lugar, fue un grito ensordecedor que contenía otros gritos en su interior, se asemejaba al chillido que hace un cerdo al morir, me asome por el espaldar y la vi, esta ves ya no danzaba si no se retorcía, sus manos querían arrancarse el cabello, me di cuenta por lo gritos estruendosos que sentía dolor, que las notas que tocábamos aunque no las escucháramos la herían, no se como pero me di cuenta que no podía traspasar la cortina, me volví a esconder detrás de mi trinchera, comencé a sentir un poco de confianza,  de alguna manera supe que no podía exponerme a su mirada, que eso si sería mi fin y no me expuse, seguí tocando, la luz rojiza comenzó a disiparse y poco a poco iba subiendo el volumen de la guitarra, los gritos se volvieron mas tenebrosos y escalofriantes podía sentir su furia, el olor era una mezcla entre amoniaco, cloro y propano, me volví a asomar pero esta ves con la mirada hacia el suelo, ¡no puede ser! La cortina se acercaba lentamente hacia nosotros, los gritos eran cada vez mas amenazantes y eran mas voces, la guitarra otra vez muda. Los gritos llegaron a un nivel insoportable, sentía que entraba en mi alma a través de los oídos, Richard estaba convulsionando con los ojos en blanco y vomitando encima de la guitarra, la cortina avanzaba, me iban a devorar, el fin era inminente, ya no tenía fuerzas, mis manos estaban entre taparme las orejas o seguir tocando, ¡Señor! ¡Dios mío! ven en mi auxilio, date prisa en socorrerme.

Ya no recuerdo mas solo que desperté en mi celda petrificado de miedo todo sudoroso, no podía abrir los ojos, el aire fresco entraba por la ventana abierta de mi cuarto, era todavía de madrugada, abrí los ojos hacia el cuadro inmenso del Señor de los Milagros que tenia a los pies de mi cama, vi mi reloj, eran las tres, desde fuera de la ventana, en la calle, una voz de hombre le decía a alguien mas con tono fuerte y seguro: ¡ya despertó, vámonos! Arrancaron un auto y se fueron. Lo último que escuche fue el sonido del motor alejándose en medio del silencio de esa noche. 








jueves, noviembre 25, 2010

Sexto

Rebeldía subyugada del desenfreno fértil en marzo-abril,
Lo reconozco y lo encaro con tiza de contar y valor
Me reconoce y me canta con ironía tibia y estupor,
Lenguaje formateado del idilio prolífico, petardista y febril.

Estrujo tierno, humillante, amoroso, valiente y gris,
Lo evoco y evado con ardid probo, refinado, artero
Me invoca y me roza la vergüenza impúdica, procaz,
Abrazo tullido, espasmódico, invertebrado.

Sempiterna oscilación caótica del devenir postergado,
Ciego pozo celeste de neologismos delirantes y tergiversados
Altar de la orientación catapultada, entretejida, vasta,
Sosiego intermedio del remordimiento inmisericorde.

Sirena temprana, no tanto, de mi despertar angustioso,
de mi caminar multifacético, de mi devorar pasmado,
de mi reír analgésico, de mi amar extasiado,
de mi morir sustancioso, de mi continuidad inesperada.

lunes, noviembre 22, 2010

Quinto

Traducción geométrica del espectro,
estigma infiel,
canon profano de la infección,
rigor conductual.
espanto!

Celebración fúnebre, aplicada, transmitida,
alba desmedida,
criterio de bodega,
sacristía deshabitada,
retorcido!

Copla sustantiva, himno eufórico, eléctrico,
imprecación extendida,
preces vacilantes,
jaculatoria portátil,
de pie!


Pío vaivén, refulgente, fulgurante, efectista,
 prefacio adolorido,
plegaria extenuada,
invocación potente,
en paz!


Cuarto

Incorporación,
valoración religiosa del absurdo,
vigorización rala
en la
cuadratura correcta.

Cristificación,
estática manipulación del retroceso,
escenificación mala
sin la
canalización recubierta

Desmitificación,
madurez inocua del lamento,
castración vana
desde la
dramatización discreta.

Recuperación,
aprecio peregrino del acuerdo,
reacción malsana
con la
intención del alma abierta.

Tercero

Cumbre amenazante
temblorosa, patética, bucólica, estreñida,
pero amenazante.

Amenazadora como el sueño
transdimencional,
como el silencio devorador de formas
alienantes y extrañas
políticas y tiránicas,
como el fin
inevitable, inapelable, maquinal, necesario

Cumbre perpendicular
esquizoide, gaseosa, temática, señorial
pero perpendicular

Alarmante como el pudor
pseudosacramental
como las voces que advierten el ultimátum,
inminente e impostergable
político y tiránico;
como tu
atiborrado, solariego, ignoto, triunfal

Cumbre derrotada
Soberbia colosal, fanfarrona, hercúlea,
Pero derrotada.

domingo, noviembre 21, 2010

Séptimo

Me pierdo una vez mas en el mar de tus rostros
vencido por los vientos de tu arcana voz,
conciliando contra tus conflictos pre-natales,
te percibo en la reincidencia genial de tu bondad

Transito una vez mas por la anáfora eterna de tu soledad,
en la quietud constante de tu vertiginosa atemporalidad,
sin tu cancillería tomada,
Sin tus retratistas alunados de ciega voz.

Combato una vez mas contra el no retorno
contra el herético aviso de sublimación de la distancia,
del discurso, de la voluntad, de la sumatoria laboral,
Combato en el universo inmenso de tus propósitos.

Pero me perturbas matemáticamente 
y me llenas de hipérboles psicométricas 
cuando me silencias,
Luego me sanas con tu derecho político de cálculos mentales
 y me estrello contra el muro cuadriculado de tus vacilaciones.

Para levantarme geográficamente e inspirarme oblicuidad 
de pastos estériles cuando me oscureces,
Luego me siento en medio de la acústica dictatorial de tu mirada
Y me trazo coordenadas delirantes en la ruta de tus cavilaciones

Para al fin apagarme lingüísticamente 
e incrustarme en un verbo, 
intransitivo, copretérito e irregular,
Entonces muero, en el sueño a priori de tu floral permanencia,
En el muestrario agnóstico de tu incontenible éxito.

Décimo


Entierro mi cabeza llena de mercurio 
en la totalidad de tu grito
de tu reclamo hacinado, 
descolorido, desorientado, injusto,
entierro mi voz llena cristales rotos 
en la sombra opuesta del frío nórtico que es tu silencio
y que es mi arrinconamiento, 
mi cubil, mi parapeto, mi gabardina.

Deshilvano solitario y en segundo piso
la histeria fúnebre de mi alegría
De mi domingo sabático,
de mi encuentro lejano de ningún tipo
De mi divagación subterránea a veces 
y sideral otras mas
Y vuelvo a enterrar mi epitelio cansado 
debajo de una ola inmensa 
de alegorías catárticas,
reencarnadas en la miseria activa de un verso 
inescrutable, indecible, irreconciliable.

Me sumerjo en el abismo invertido e indeciso de mis destinos, 
me ahogo de futuros recordados por mi inocencia original,
recargada de antonimia falaz,
de esperanza acalambrada,
de iniciativa retórica de cuarzo, de dos de la mañana,
cuando mas extraño la epiléptica risa 
del amanecer.

Y buceo desesperadamente en el cubo mágico
de los desaires inútiles de tus flores,
de tu naturaleza tan estudiada
de tu mesa no cuadriculada,
Amapola de vidrio opaco casual frente a mi portal,
que es mi ventana enrejada a tu mas allá de dos de la mañana.

Y ahora que buscas de mi?
mi tempestad radical de huracanada soledad?
O mi espantosidad silenciosa 
de números imaginarios?
O seguramente, ya se! 
Mi telúrico no se que, 
que combato a diario, con las alarmas de mi despertar.

Es que aun quieres algo mas de mi?
Pues te doy mi frontera de panteón gigante y desconocido
De terciopelo incoloro de desden
Al que renuncio cuando le arrebato la brisa asesina
 a mi descansar.